Si bien, como puede leerse en los distintos textos, el juego históricamente se asocia a la broma, al pasatiempo, y es considerado culturalmente como“cosa de chicos”, casi como una subestimación. El juego es visto como algo “poco serio”.
Esta visión no escapa a los docentes en general y mucho menos a los profesores de niños hipoacúsicos, que por formación evitan “perder el tiempo con sus alumnos”.
Esta postura tiene su raíz en la historia misma de la sordera. Sánchez (1990) se refiere a este tema en una investigación documentada sobre la educación del niño.
Núñez (1998) dice con respecto al tema metodológico “la rigidez con la que se han aplicado los métodos pedagógicos en Argentina, han llevado en muchos casos a que el niño hipoacúsico haga aprendizajes de un hablar automático, más vinculado al adiestramiento y a la sobreadaptación, que a un auténtico deseo de comunicación”. Por otro lado ha registrado, en su trabajo desde la clínica, los efectos que tiene sobre los niños las prácticas conductistas que caracterizan la educación especial.
En esta pugna por lo metodológico los docentes tienen que hacer su propio camino, por lo pronto, parten de una formación estrictamente conductista. Si a eso se le agrega el temprano ingreso en la vida del niño hipoacúsico y su familia, ya se está acuñando una marca definitoria en la construcción de los cimientos del psiquismo de ese niño.
Tizuko M. Kishimoto, dice:“Muchos profesionales de la educación infantil no perciben la relevancia de la intencionalidad para el aprendizaje. Creen que los niños aprenden aún según la perspectiva de la imitación. Que son “tabula rasa”, que precisan conocimientos puestos desde afuera para adentro. Dejan de lado el potencial que fue atribuido al ser humano: la proactividad, la capacidad para las intencionalidades y estructuras previas para aprender la cultura.
Por lo que esta autora propone, para este nuevo siglo,sensibilizar a los profesionales para la construcción de pedagogías que incluyan al juego.
Cabe ahora la reflexión: ¿Será posible generar una cultura del juego en las escuelas de sordos?, cuando está tan instalado el “es necesario machacar para que entre”, el conocimiento rígido y pautado. Y la tendencia, de ese niño, al sometimiento y al acatamiento.
De todos modos y a pesar de las restricciones que el adulto le impone “quédate quieto, no te muevas, no corras, etc.”. De la carencia real de un espacio propicio. De la falta de tiempo. De la no valoración del juego, etc.
El niño hipoacúsico, como cualquier otro niño, rompe las barreras de posturas adultas y juega.
Quien dude de esta afirmación observe el juego de estos niños.
Ahora el desafío es para los docentes y profesionales al frente de estos niños.
“El nuevo siglo deberá sensibilizarse para la construcción de pedagogías que incluyan el juego en una formación profesional que lleve a la observación del niño”.Incluyéndose a los profesores de sordos y a toda institución que se dedica a ellos.