
Un paro cardíaco al nacer le produjo una parálisis cerebral.
Tiene 31 años. El año pasado se recibió de abogado. La parálisis cerebral no fue un obstáculo. Después de 3 años de equinoterapia, siente que ya puede galopar solo.
Pablo Parnás sufrió un paro cardíaco al nacer y esto le acarreó problemas en el habla y en la motricidad. A pesar de su imposibilidad de caminar solo y de haber tenido que compartir muchas horas de su vida con distintos terapeutas (fonoaudiólogos, kinesiólogos), nunca se sintió incapaz de realizar algo.
“Intentemos”. Ésa es su palabra clave. Pero no intentémoslo una sola vez, sino todas las que hagan falta para comprobar que es posible lograrlo. Así, con perseverancia se recibió de abogado. “En medio de la carrera llegué a pensar que quizás esto no era para mí, que debía dedicarme a otra cosa. Seguí adelante y me recibí. No me arrepiento. Dentro de poco voy a inaugurar mi propio estudio”, dice satisfecho de estar ya trabajando. Es cierto, a Pablo no le faltó el apoyo familiar y tampoco la estabilidad económica. Sin embargo, para superar obstáculos, eso, a veces, no basta. Hay que tener voluntad, muchas ganas personales de explotar al máximo las capacidades. “Yo creo que cada uno en la medida de las posibilidades (de las propias y las de su entorno) debe tratar de salir adelante. Por supuesto, el acompañamiento de la familia es necesario porque de lo contrario lo que ya es difícil, se vuelve más difícil todavía”, dice. Tal vez lo que le sirvió para no dejarse tentar por el “no puedo” fue el hecho de que para su familia él nunca fue una persona diferente. “En casa nunca decían Pablo no puede hacer esto porque tiene una discapacidad. Siempre hice lo que quise y hasta más allá de lo que debía”, comenta mientras recuerda que a los 11 años programaba la música para los sábados en Radio Exclusiva. “Ahí tenía muy buenos amigos y como me gusta mucho la música y la radio me dejaba ayudar en la programación. Ahora tengo un pequeño sueño, el de armar mi propio estudio de grabación, casero”, señala. Una persona libre Pablo llegó al club hípico hace 3 años. Aprendió a montar con Chuncho, un caballo manso. Y aunque todavía necesita de la ayuda de su asistente para subirse al caballo, hoy agarra la riendas solo y mantiene una postura más erguida sobre su yegua Iana (Negra, en qichua). “Primero el cuerpo se me iba para adelante, ahora mantengo mejor el equilibrio y hasta me animo a adelantarme, y a aumentar la velocidad”, sonríe Pablo ante la mirada cómplice de su instructora. El andar a caballo lo hace sentirse libre. Una vez que se sube sobre el animal no necesita de la ayuda de nadie. No hay manos, ni brazos, ni andador, sobre el que tenga que apoyarse. Él es quien dirige y elige adónde ir. Por eso no cambia sus clases de equinoterapia por nada, ni siquiera por la atractiva propuesta veraniega de quedarse en la casa del campo para disfrutar de la pileta. “Sí tengo ganas de aprender a nadar, pero más me gusta andar a caballo”, confiesa. A Pablo le gustan los desafíos y no le teme a lo que pueda venir. “Un día me caí del caballo porque se asustó con un cartón que había en el piso. Aunque el peón estaba cerca y mi instructora también, no se pudo evitar la caída”, recuerda entre tantas anécdotas. Su instructora lo ve de cerca, pero él sigue desafiando los límites. De vez en cuando se escapa un poco de la mirada atenta de quienes no quieren que corra peligros. Él es feliz probando que puede un poco más todos los días, en distintos ámbitos de su vida.
Puntos salientes
“Lamentablemente no siempre se cumple la integración laboral que prevé la ley de discapacidad a la que está adherida la provincia. Se habla de que un 4% del total de puestos de trabajo debe estar destinado a personas con capacidades especiales, pero no se respeta”.
“Intentemos”. Ésa es su palabra clave. Pero no intentémoslo una sola vez, sino todas las que hagan falta para comprobar que es posible lograrlo. Así, con perseverancia se recibió de abogado. “En medio de la carrera llegué a pensar que quizás esto no era para mí, que debía dedicarme a otra cosa. Seguí adelante y me recibí. No me arrepiento. Dentro de poco voy a inaugurar mi propio estudio”, dice satisfecho de estar ya trabajando. Es cierto, a Pablo no le faltó el apoyo familiar y tampoco la estabilidad económica. Sin embargo, para superar obstáculos, eso, a veces, no basta. Hay que tener voluntad, muchas ganas personales de explotar al máximo las capacidades. “Yo creo que cada uno en la medida de las posibilidades (de las propias y las de su entorno) debe tratar de salir adelante. Por supuesto, el acompañamiento de la familia es necesario porque de lo contrario lo que ya es difícil, se vuelve más difícil todavía”, dice. Tal vez lo que le sirvió para no dejarse tentar por el “no puedo” fue el hecho de que para su familia él nunca fue una persona diferente. “En casa nunca decían Pablo no puede hacer esto porque tiene una discapacidad. Siempre hice lo que quise y hasta más allá de lo que debía”, comenta mientras recuerda que a los 11 años programaba la música para los sábados en Radio Exclusiva. “Ahí tenía muy buenos amigos y como me gusta mucho la música y la radio me dejaba ayudar en la programación. Ahora tengo un pequeño sueño, el de armar mi propio estudio de grabación, casero”, señala. Una persona libre Pablo llegó al club hípico hace 3 años. Aprendió a montar con Chuncho, un caballo manso. Y aunque todavía necesita de la ayuda de su asistente para subirse al caballo, hoy agarra la riendas solo y mantiene una postura más erguida sobre su yegua Iana (Negra, en qichua). “Primero el cuerpo se me iba para adelante, ahora mantengo mejor el equilibrio y hasta me animo a adelantarme, y a aumentar la velocidad”, sonríe Pablo ante la mirada cómplice de su instructora. El andar a caballo lo hace sentirse libre. Una vez que se sube sobre el animal no necesita de la ayuda de nadie. No hay manos, ni brazos, ni andador, sobre el que tenga que apoyarse. Él es quien dirige y elige adónde ir. Por eso no cambia sus clases de equinoterapia por nada, ni siquiera por la atractiva propuesta veraniega de quedarse en la casa del campo para disfrutar de la pileta. “Sí tengo ganas de aprender a nadar, pero más me gusta andar a caballo”, confiesa. A Pablo le gustan los desafíos y no le teme a lo que pueda venir. “Un día me caí del caballo porque se asustó con un cartón que había en el piso. Aunque el peón estaba cerca y mi instructora también, no se pudo evitar la caída”, recuerda entre tantas anécdotas. Su instructora lo ve de cerca, pero él sigue desafiando los límites. De vez en cuando se escapa un poco de la mirada atenta de quienes no quieren que corra peligros. Él es feliz probando que puede un poco más todos los días, en distintos ámbitos de su vida.
Puntos salientes
“Lamentablemente no siempre se cumple la integración laboral que prevé la ley de discapacidad a la que está adherida la provincia. Se habla de que un 4% del total de puestos de trabajo debe estar destinado a personas con capacidades especiales, pero no se respeta”.
“Las personas con algún tipo de discapacidad no tienen garantizadas las condiciones físicas para su integración. Por ejemplo, cómo hace un chico para subirse con una silla de ruedas a un colectivo, o a un remís. Esto hay que analizarlo y facilitar la posibilidad”.
“Yo no sé si la gente al verme con una discapacidad piensa que yo no puedo hacer bien mi trabajo. Lo que hago es decir: dejame que lo haga, y en el resultado vamos a ver si soy capaz”.
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