Pablo está ancho porque la obra ha salido de diez. Ninguno de los nueve actores ha perdido el hilo ni una sola vez y lograron que la platea se despertara a carcajadas. Y ahora, de nuevo, le tocaba ser el protagonista: fue hasta la sala de ensayos (la cantina del instituto) y buscó su violín. Estaba a punto de ejecutar "Luna tucumana", solo ante semejante auditorio... Pucha si era una responsabilidad.
"Largué el violín en plena edad del pavo. El profesor era muy rígido, yo me pasaba muchas horas encerrado, no podía hacer nada. Estaba en la edad del pavo y con toda la locura...", había contado Pablo en una charla con LA GACETA, antes de que empezara "Chusma nosotros", la obra que trabajaron en el taller de teatro del instituto. La locura que menciona Pablo era la que en ese momento estaba afuera de su casa, a fines de los 70.

En 2006 el violinista ya llevaba algunos años en el instituto por problemas nerviosos. Mejor no preguntar por las cosas que lo volvieron y lo vuelven, admite, loco, porque el hombre es rápido para engranar y se le pelan los cables. "Me gustan el violín y el teatro porque me desahogo, expreso la bronca y el amor", afirma. ¿Qué cosas le dan bronca? "Este Gobierno, Alfonsín era más concertador", contesta en seco. "No hablemos de esto, mejor".
Pablo prefiere hablar de arte y del amor que siente por su novia fonoaudióloga, que ya salió del instituto y que lo recibe todos los fines de semana en su departamento. Tiene 47 años y está convencido de que la edad es lo de menos. "Lo que importa es la percha", jura.
"En el taller trabajamos principalmente con el teatro pero también con otros recursos del arte, como la música y la plástica para lograr una rehabilitación, de los usuarios del sistema de salud mental", define Luis Diez, actor, psicólogo y profesor de teatro al frente del taller del Instituto de Psicopatología y Psicoterapia Integral (IPPI). Ahora está serio, pero en las clases se lo ve como un interno más: igual de feliz en ese espacio liberador. "Es que es buenísimo el laburo que tengo, me gusta porque la gente es responsable y les hace bien", afirma Luis.
En el grupo no todos tienen experiencia. Salvo Silvia, que recalca que hizo de mazamorrera en diversas ocasiones en el colegio y que le salía muy, pero muy bien, ninguno de los entusiastas actores había interpretado antes un papel. Pero se engancharon, se comprometieron con el proyecto y aseguran que les alegra los días terciados por la terapia y por la soledad.
Mientras el elenco conversaba con LA GACETA, el público esperaba ansioso sentado en el patio-escenario. Estaban tranquilos, a punto de salir a escena imitando a una familia de mentirita que, en plan de ahorro para irse de vacaciones, compra binoculares y se dedica a espiar desde el balcón a los vecinos de arriba. Un disparate para nada imposible escrito por el profesor mendocino Sebastián Sevilla. "De él ya hicimos algunas obras, que se caracterizan por ser breves, sencillas de abordar y cómicas", explica Diez.
Jajajajajaja
"Lo único que me interesa es que ustedes de diviertan, porque para eso hacemos esto, para que jueguen y ya sabemos lo que tenemos que hacer, vamos", arenga el profesor Diez. "Hay que ponerle actitud, vamos", apoya de atrás Pablo, a quien le toca el papel del padre, el chusma principal de la familia. Con confianza y ansiedad, salen al aire libre a comerse la cancha.
Se los ve relajados, pero concentrados en el personaje. Marcelo Jamble los sigue de cerca porque a él, también paciente del instituto, le ha tocado ser el apuntador, la persona que les hace recordar las letras a los actores en el caso de que se olviden o que los reemplaza si alguno no puede seguir en la obra. Nada de eso pasó.
-¿Qué es esa cosa fea que se ve ahí?, dice uno de los actores mirando por sus binoculares de cartón
- Es el hijo que acaban de tener, le contestan
- ¡Sí, nació hace dos semanas y ya tiene tanto pelo que parece un caniche!
Ficción y (dura) realidad
Si ellos, a pesar de los nervios se divierten, el público se desternilla de la risa desde las sillas plásticas. Algunos se prenden y contestan, los critican y los abuchean por chusmas; otros, como Luciano, no logran salir de su mundo para meterse en esa otra ficción que tiene enfrente. "Es que ya quiero que me den el alta, hace dos años que estoy acá", le dice al cronista.
Con 16 años, Luciano tiene que negociar con su esquizofrenia para visitar su casa sólo los fines de semana. Está serio toda la función, vaya a saber adónde andarán sus pensamientos... En el instituto vive y estudia, comparte habitación con Fabián, un hombre grande "pero buena onda". Según el profe, Luciano a veces se acerca al taller porque le gusta que toquen la guitarra, pero no hace teatro.
- ¡Vecinos, gracias por ayudarnos en nuestro plan de ahorro! Si nos vamos de vacaciones a Mar del Plata les traeremos un caracol de regalo, dice el padre de la familia de mentirita, y ni siquiera los actores pueden contener la risa. Ellos y el público acaban de hacer y de ver a otros, o a ellos mismos, en el papel de locos.
Fuente: La Gaceta, Tucumán
1 comentario:
Mi aplaUso de pie largo, sonoro! Felicitaciones!
Un Besito Marino
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