Más concretamente, los resultados de la investigación sugieren que los niños de 24 meses de edad que muestran patrones afectivos de inseguridad son al menos un 30% más propicios a la obesidad a los cuatro años y medio. Esta relación constatada persistió incluso después de que los psicólogos tuvieran en cuenta otros factores relacionados con la familia.

Los autores del estudio describieron a los niños “afectivamente seguros” como aquéllos que sentían que sus padres eran “un refugio seguro”, una sensación que favorece que los pequeños exploren entornos libremente, se adapten con facilidad a personas desconocidas o sentirse bien en situaciones estresantes.
Por el contrario, los niños pequeños “afectivamente inseguros” fueron descritos como aquéllos que perciben a sus progenitores de forma negativa o impredecible y que, por tanto, pueden responder al estrés con una ira extrema, miedo o ansiedad, así como evitar las interacciones con desconocidos.
Los resultados obtenidos en la investigación sugieren que la relación o imbricación entre áreas del cerebro relacionadas con las respuestas emocionales y de estrés y áreas cerebrales que controlan el apetito y el equilibrio energético, tiene una influencia más fuerte de lo que se creía en el desarrollo de la obesidad infantil.
Fuente: tendencias21.net
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