Según los datos del Indec, en Salta, Jujuy y Tucumán el 12,2% de la población es discapacitada. De ese porcentaje, el 32,5% está afectada en sus capacidades motrices y el 26,6% posee, además, otro tipo de minusvalía, ya sea mental, visual o auditiva. Estas personas están protegidas por las leyes, pero la mayoría no se cumple.

Nació con la radio prendida y todavía no la apagó
Samy se ríe de la ocurrencia y la reafirma cada vez que recuerda que siendo bebé, su abuela -Emilia- lo sentaba al lado del aparato y rápido sintonizaba alguna emisora para que él no descubriera que su mamá -Graciela- había salido a hacer las compras. A su abuela también le gustaba escuchar, pero no tanto como él. Los partidos de fútbol eran -y siguen siendo- la verdadera pasión de Samy. Imaginaba esa pelota que planeaba al ras del césped verde y prolijo, mientras era perseguida por una camiseta roja y blanca, u otra roja y azul, los colores de sus amados San Martín y San Lorenzo. Entre el barullo de esos recuerdos infantiles, las tardes compartidas con la abuela, que ya no está, y los cuidados maternos, nació el sueño de ser periodista deportivo.
Samuel Navarro no fue recibido en la escuela común hasta los nueve años. Nadie lo aceptaba con su silla de ruedas y mucho menos cuando se enteraban de que no podía tomar el lápiz porque sus muñecas habían quedado contraídas debido a una parálisis cerebral. Su madre no se resignaba y se las ingeniaba para fabricarle juguetes que lo estimularan. "¡Y qué difícil es hacer algo divertido para un chico que debe estar todo el tiempo sentado!", reconoce Graciela en su casa de San Lorenzo 951, donde recibió a LA GACETA. Un diminuto departamento lleno de objetos perfectamente acomodados en la menor cantidad posible de muebles, para dejarle espacio al desplazamiento de la silla de ruedas.
"Cuando era chico, Samy imaginaba que los periodistas de la radio vivían todos juntos y se levantaban por la mañana para hablar por micrófono", revela. Una vez volvían de la escuela especial (ALPI) y ella decidió desviarse del camino y entrar a LV12. Preguntó por Mario Escobar, por la admiración que le tenía su hijo. Sin hacerse esperar, el periodista -ya fallecido- apareció y conversó con ellos largo rato. Desde entonces, Samy tenía un amigo que lo visitaba asiduamente.
Cuando llegaron a casa, Graciela ya sabía cuál iba a ser el próximo juguete que iba a fabricar. Con el cabo del palo de escoba y otra madera perpendicular hizo un soporte para el micrófono. También inventó un teclado de madera. Allí Samy daba rienda suelta a su sueño. "Mi mamá es una gran inventora. Me hizo esta cuchara que dobló hacia un costado para que yo pueda comer solo. En el instituto de rehabilitación todos me la piden prestada", cuenta Samy con su sonrisa siempre dibujada. "¡Y mirá este cierre del pantalón que llega bien abajo para que él, de sentado, pueda usar el papagayo", se jacta Graciela de sus pequeños triunfos.
"Si yo tuviera dinero todo sería más fácil, pero prefiero no trabajar y dedicarme a él", explica la mamá, que vive gracias a la pequeña pensión por discapacidad que recibe su hijo. Su marido la abandonó cuando se confirmó el diagnóstico de Samuel, y nunca más regresó.
A Samy le ofrecieron ayudarlo a buscar a su padre por Internet, pero él siempre responde de la misma forma: "no se puede obligar a nadie a ver a su hijo, tiene que nacer de él".
Graciela y Samuel lograron sobrevivir sin su ayuda. Se las arreglan con el pequeño alquiler de una de las dos piezas que tienen en la casa (madre e hijo duermen en una habitación separada por un biombo, y le dejan la otra a un inquilino de 86 años, a quien llaman cariñosamente "abuelo").
La escuela
A los nueve años Samy logró ser aceptado en un instituto privado (Puente) donde comenzó desde primer grado, y no se detuvo hasta egresar de la secundaria con promedio nueve. Cuando terminó se fue de gira con sus compañeros a Carlos Paz. Las fotos pegadas a una pared de su habitación dan cuenta de esos felices momentos vividos junto a sus compañeros.
"Un día Mario Escobar vino a mi casa y me preguntó qué quería estudiar -apuntó-. Yo le dije que deseaba ser periodista deportivo. Y él se quedó un rato pensativo y después me dijo: ’bueno, yo te voy a ayudar’. Cuando vuelva de las vacaciones hablamos’". Justo cuando regresaba a Tucumán ese verano el locutor murió en un accidente.
El equipo de Escobar se encargó de cumplir la promesa. "Me consiguieron una beca en el Instituto de Periodismo Deportivo y logré cursar todas las materias. Ahora sólo me falta hacer las prácticas, pero necesito que alguien me acompañe", explica el joven de 25 años.
Hasta hace poco, la Secretaría de Familia le entregaba a Graciela un subsidio de $ 300 para traslados pero ahora le cambió esa ayuda por la de un acompañante. "No me sirve, porque la persona necesita días y horarios fijos, mientras que los partidos de fútbol no tienen horario. El dinero, aunque es insuficiente, me sirve más", reconoce la mujer de ojos pequeños y aspecto adolescente.
Samy ha dejado de sonreír. Se queda pensativo. "¿Sabés cual es mi sueño? Entrar en un medio para ver cómo trabajan los periodistas, aunque sea por unas horas". Hasta ahora, todos sus sueños se van haciendo realidad.
Las sillas de ruedas no suben a los colectivos
Cuando se informó que salían a la calle los colectivos adaptados para discapacitados muchos se alegraron. Por fin iban a viajar como todo el mundo. Pero el optimismo les duró poco. Andrea Ferreyra, estudiante de Psicología, fue una de las primeras que se desilusionó. "Iba a tomar un taxi, como siempre, pero justo cuando estaba en la esquina de mi casa, con mi silla de ruedas, se acercó una de las unidades adaptadas de la línea 5, así que decidí probarla. El chofer, muy amable, bajó la rampa, subí y acomodé mi silla en el lugar indicado. Pero ahí ocurrió lo peor. La rampa no volvía a su lugar y los pasajeros comenzaron a impacientarse. Con mala voluntad tuvieron que bajarse para tomar otro colectivo. Yo me quedé muy mal y nunca más volví a intentarlo", confesó apenada.
"Ocurre que las rampas no son buenas opciones. Por eso los nuevos colectivos que salen de fábrica ya vienen con piso bajo para que suban las sillas. Esto es justamente lo que pide la ley 7.811 (piso bajo), que no sólo sirve para discapacitados motores sino también para personas con movilidad reducida como ancianos y mujeres con bebés en coches. Pero en Tucumán, el Concejo Deliberante estableció una ordenanza que exige el uso de elevadores para las sillas de ruedas. Eso no es práctico y genera problemas", explicó el asesor de la Legislatura Carlos Fiori.
¿Por qué los colectivos no tienen piso bajo como manda la ley?, se le preguntó a Cristóbal Cazorla, presidente de Aetat. "Porque en Tucumán tenemos impedimentos climáticos y topográficos para usar ese sistema. El motor trasero de estas unidades dan malos resultados en las ciudades del norte. Hace mucho calor y empeora en calles de tierra. Además, el piso bajo choca contra el pavimento en algunas zonas, por lo tanto la ley es de imposible cumplimiento", explicó el empresario del transporte.
Las rampas tampoco son una solución, según Cazorla. "Algunas unidades funcionan y otras no. Por eso, propusimos al Concejo Deliberante un sistema de combis, puerta a puerta, mediante llamado telefónico", reveló.
Aunque la ley no puede estar por debajo de una ordenanza municipal, nada puede hacerse para obligar a los empresarios. "Si la ley no está reglamentada, como en este caso, no se pueden aplicar multas ni sanciones", aportó el abogado Juan Manuel Posse, especialista en Discapacidad.
Redacción La Gaceta, Magena Valentie

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