
«Al principio te dicen que lo que pasa es que estás malcriando al niño, que está muy consentido... Luego, al final, después de mucha ida y venida, das con el diagnóstico y ahí empieza todo de nuevo». Así resume la avilesina Raquel, madre de un niño con déficit de atención, el proceso seguido con un niño incapaz de sostener su atención sobre una actividad concreta durante un largo periodo de tiempo.
Si bien se cree que en torno a uno de cada diez niños avilesinos, «dos por aula», padece el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, lo cierto es que las dificultades para su diagnóstico hacen difícil confirmar esas estimaciones.
«Tienes que dar muchas vueltas hasta dar con el diagnóstico y el tratamiento adecuado», afirma Raquel, quien señala las dificultades a las que se encuentran unos padres desorientados ante un hijo que no puede estar quieto, que no atiende, rebelde, que se dispersa en mil actividades... «Normalmente, el problema no se detecta hasta que el niño llega a la escuela», afirma Ana Díaz, presidenta de la Asociación de Niños Hiperactivos del Principado de Asturias (Anhipa), única entidad de este tipo en la comunidad autónoma que agrupa a cerca de 140 familias, una veintena de ellas de la comarca avilesina.
«Normalmente, en Educación Infantil, pasan más desapercibidos. El problema es cuando llegan a Primaria. Porque ahí empiezan las normas, tienen que estar sentados en el mismo sitio muchas horas, cumplir con unas tareas, unas normas... y les resulta imposible», cuenta Raquel, que a su experiencia de madre de un niño con TDAH se une su condición de profesora.
El problema del déficit de atención se traduce rápidamente en problemas para el aprendizaje. Suelen tardar más en empezar a leer, por ejemplo, sin que ello suponga «que sean menos inteligentes, porque bien pueden estar prestando atención a cuatro tareas a la vez», afirma Díaz.
Los padres con hijos en esa situación pueden encontrarse en la situación de acudir a pediatras o psicólogos a la búsqueda de una solución que rara vez llega. En ello tiene mucho que ver la falta de consenso en torno a cómo abordar el problema de estos niños. «Hay corrientes en psiquiatría que son menos proclives a diagnosticar TDAH», comenta Raquel, quien alude a una vieja polémica en torno a la clasificación o no de este trastorno como una enfermedad mental.
Ana Díaz sostiene que hoy no cabe discusión acerca de la naturaleza del TDAH como «un problema biológico» con un gran «componente de transmisión genética», que afecta al comportamiento de la persona a lo largo de su vida. También se apuntan otros factores que incluyen en el trastorno, como son el hecho de ser niño (es tres veces más frecuente el problema en estos que en las niñas) o el que se hayan dado o no problemas a lo largo del embarazo. «En mi caso, me lo tuve que pasar en reposo», apunta Raquel, quien da por hecho que el componente genético también está presente en el caso de su hijo.
Adaptación
Tanto ella como Ana Díaz sostienen que, una vez que se llega al diagnóstico, algo que no es sencillo, empieza realmente una nueva etapa no sólo para el niño, sino para toda la familia. «Todos llegamos a la edad adulta desarrollando nuestras propias herramientas para paliar nuestras propias carencias», explica la presidenta de Anhipa. Pues acelerar ese proceso es lo que ha de buscar el tratamiento de los niños con TDAH. De lo contrario, lo más frecuente es que en la adolescencia de estos menores primen otros problemas como la depresión.
«Es elemental que el diagnóstico sea lo más temprano posible», afirma Díaz. «Si crecen en ese ambiente, con esos problemas, así seguirán y su personalidad se va formando de acuerdo a esa situación. Sin embargo, esos problemas se pueden corregir con una orientación cognitiva conductual adecuada, con disciplina», cuenta la presidenta de la asociación asturiana, quien recuerda también la conveniencia de seguir el tratamiento farmacológico que se prescribe para estos menores por parte del pediatra.
«Hay familias que ponen muchos reparos a esta parte del tratamiento, lo ven como si estuvieran drogando a su hijo», afirma Ana Díaz, a lo que Raquel añade una pregunta: «Si tienes un hijo diabético, ¿acaso no le vas a dar insulina si te lo prescribe el médico?».
Las reticencias en torno al tratamiento farmacológico de los menores vendrían dadas por varios factores. En primer lugar, no se trata de «una pastilla mágica». A su utilización ha de sumarse la propia implicación de la familia en favorecer al pequeño las herramientas necesarias para desarrollar su personalidad de un modo ordenado, aceptando las normas propias de la sociedad.
Por otro lado, existe toda una corriente de opinión contraria a la utilización de los fármacos para tratar a los niños con TDAH. «En internet se ven auténticas animaladas», afirma Ana Díaz. Todo un peligro «cuando la gente con este problema no sabe por dónde empezar». Un ejemplo bien puede ser Leonardo, un parapsicólogo mexicano, gurú de los sistemas de autoayuda, que se rodea de términos pseudocientíficos para afirmar que «no hay niños hiperactivos, sino madres histéricas» que atribuyen el trastorno a sus hijos «para culparlos de sus propios defectos».
Sistema sanitario
Al margen de excentricidades, lo cierto es que la asociación de familias que preside Ana Díaz echa en falta en Asturias protocolos adecuados para el tratamiento de los niños con déficit de atención e hiperactividad como los que se dan en otras comunidades autónomas. «Lamentablemente, en Asturias estamos en este aspecto a la cola del resto de regiones», reconoce Raquel. A su entender, el sistema sanitario asturiano debería saber qué hacer ante los casos de TDAH.
En la actualidad, por ejemplo, un niño con déficit de atención puede acceder a un tratamiento adecuado a través del servicio de pediatría. Pero todo cambia cuando cumple catorce años. «Es demasiado mayor para seguir yendo al neuropediatra, y muy joven para ir al psiquiatra», relata Raquel, quien considera que existe ahí un vacío que a duras penas se cubre en Asturias. «Se habla de que puedan seguir siendo atendidos por el servicio de pediatría, pero no tienen dónde hacer un seguimiento farmacológico adecuado», añade.
Pero esa falta de protocolos, de equipos multidisciplinares preparados para la atención de estos niños -que se suple con el voluntarismo de las propias familias a través de los talleres de la asociación-, no son los únicos problemas detectados por estas madres.
«Para algunas familias supone un problema, y prefieren no reconocer que su hijo puede padecer TDAH», afirma Raquel acerca de su experiencia personal. «Luego, una vez diagnosticado, toda la familia tiene que hacer un esfuerzo», añade acerca de los cambios de conducta que han de asumir los padres y el resto de miembros de la familia para ayudar en el tratamiento del niño afectado por Déficit de Atención e Hiperactividad.
Con todo, insisten Raquel y Ana Díaz, el principal problema sigue siendo el diagnóstico, especialmente en el caso de las niñas. «Es menos frecuente en ellas, y cuando aparece no suele estar asociado a hiperactividad, sino a déficit de atención. Pasan por niñas retraídas, tímidas, pero pueden tener TDAH», comenta la presidenta Anhipa.
Fuente: www.elcomerciodigital.com
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