
BIOSEGURIDAD. Los voluntarios usan barbijo, y encima se ponen la nariz colorada, que ayuda a desdramatizar las distintas situaciones hospitalarias.
Ya desde las escaleras que suben al primer piso se escuchan las primeras risas y voces infantiles. El Hospital del Niño Jesús se ha transformado en una fiesta de cumpleaños por algunas horas. Un ejército de payasos, todos con barbijo, recorre los pasillos acomodándose los sombreros con flores, los estetoscopios de juguete, las narices coloradas y los "chiches" coloridos que cuelgan de las chaquetas de médico. "¿Podemos pasar?", preguntan con simpatía pero con respeto. "¡Sí!", contestan los pequeños pacientes desde la cama. Recién entonces los clowns entran en cada sala, despacio, para no asustarlos, hasta que se van ganando la confianza de los chicos con juegos, morisquetas y canciones.
Todas las mañanas de los sábados, la tristeza se escapa por la ventana del Hospital de Niños cuando aparecen los voluntarios del programa "Doctor Payaso". Por unos momentos, los chicos se olvidan de su enfermedad y dejan de ser pacientes para ser, simplemente, niños. "Les pedimos permiso para que ellos sientan que tienen el control de la situación, porque están en un lugar donde sus decisiones no cuentan, donde deben respetar horarios para comer, para tomar los remedios, para dormir... En este pequeño espacio de comunicación entre el niño y el clown, el chico recupera su seguridad, su autoestima, explica Débora Prchal, quien junto a Agustina Olano, coordina el programa "Clown en hospitales", que se aplica en el hospital de Niños.
Jonás, de cuatro años, está internado en terapia intermedia y apenas ve al payaso (Facundo Fernández, de 23 años) lo llama con su manito, "¡vení!". Cuando el clown se acerca contento, le dice "¡andate!". El payaso se vuelve agachando la cabeza. Y de nuevo, "¡vení!", y regresa corriendo, pero en enseguida, "¡andate!", y se aleja. El juego "vení-andate" que acababan de inventar los dos se extiende durante los 20 minutos que dura la visita. Los demás se divierten con las peripecias del payaso, que utiliza todo tipo de estrategias para acercarse a Jonás.
En otro lugar de la sala, hay una abuela angustiada porque no puede trasladar a su nieto hasta el baño. Celia Garrido, una estudiante de Medicina de 24 años, vestida con un colorido atuendo, se arrima a Sergio, un nene de seis años, recién operado de apendicitis, y le canta una canción. Pero el niño no quiere mirarla. Enseguida Edu Montiel, estudiante de Zootecnia, interviene con su guitarra. Y así, entre la Farolera y la Gallina Turuleca, Sergio acepta, por fin, sentarse en la silla de ruedas que lo llevará al sanitario.
Sólo una suave canción
En un ambiente donde priman el dolor y la enfermedad, no siempre hay pacientes con ganas de ver a un payaso. "En ese caso, cuando alguien no quiere que entremos a la sala, actuamos desde la puerta o desde la ventana hasta que nos dan permiso", aclara Débora, que también participa como clown. Otras veces el paciente está delicado y no tiene ánimo ni siquiera para levantar la cabeza.

Era el caso de un niño que acababa de soportar una sesión de quimioterapia. Entonces se le cantó una canción muy suave al lado de su cama. El pequeño movió sus ojitos y esbozó una leve sonrisa.
Después de varios días cuidando a sus hijos desde una reposera, las madres hicieron gimnasia. Las animaba Julieta Alonso, una estudiante de Medicina de 22 años, que tenía un muñequito en cada ojal de su chaqueta y un pequeño ventilador en el bolsillo, para hacer andar su burbujero, ya que el barbijo le impedía soplar. Por primera vez en mucho tiempo las mamás rieron a carcajadas al ver divertidos a sus hijos. Cuando llegó la hora de irse, la alegría flotaba en el ambiente. Los chicos seguían jugando. Jonás, el nene del "vení- andate", despidió a los payasos parado en su cama, saludando con sus dos manitos.
Fuente: diario La Gaceta, Tucumán- Argentina 22/06/09
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