Es autista y va a ingresar a Informática de la UNLP
FAUSTO CELAVE FRENTE A SU COMPUTADORA PERSONAL. EL JOVEN INICIARÁ A FINES DE ESTE MES EL CURSO DE INGRESO A LA FACULTAD DE INFORMÁTICA, TRAS HABER PASADO POR EL ALBERT THOMAS. UN EJEMPLO!
FAUSTO CELAVE FRENTE A SU COMPUTADORA PERSONAL. EL JOVEN INICIARÁ A FINES DE ESTE MES EL CURSO DE INGRESO A LA FACULTAD DE INFORMÁTICA, TRAS HABER PASADO POR EL ALBERT THOMAS. UN EJEMPLO!
Cuando tenía dos años y medio le diagnosticaron sordera. Y su vida podría haber tomado otro rumbo. Pero la rápida reacción de su familia llevó a que, un año después y tras múltiples exámenes, lo diagnosticaran correctamente. Fausto era autista. El acompañamiento y amor que le brindaron siempre, la elección de colegios donde se encontró con directivos, docentes y compañeros que llegaron a compartir su terapia y lo integraron al grupo como uno más, y el trabajo invalorable de sus asistentes pedagógicos y terapéuticos lograron que el joven -hoy de 21 años- finalizara la primaria en una escuela común y la secundaria en el industrial Albert Thomas, realizara una pasantía en Ingeniería reparando computadoras para escuelas especiales, y el 28 de enero vaya a comenzar el curso de ingreso en la facultad de Informática. La pelea fue dura y la historia nada sencilla, pero la de Fausto Celave se convirtió en el mejor ejemplo de que “se puede”. En un ejemplo que puede ayudar a miles de familias que deben enfrentarse a miles de obstáculos y, peor aún, a la incomprensión de gran parte de la comunidad.
El hecho de que Fausto esté a punto de comenzar la licenciatura en Informática en la Universidad no es casual ni mucho menos. Como tampoco lo es que, desde este año, en el Conservatorio Gilardo Gilardi -donde estudia desde pequeño- vaya a iniciar la experiencia de tocar el piano electrónico unido a la PC y de integrarse a una banda “porque él necesita ir internalizando que debe compartir cosas, ser parte de grupos de chicos”, dice su madre, María Mercedes Torbidoni, para remarcar que “en el 2008 comenzó un proyecto de orientación vocacional y laboral a cargo del experto español Daniel Valdez, quien determinó que la informática era el área donde mejor se desempeñaba”.
“Mundo nuevo”
Desde hace tiempo, Fausto está preparándose para ese salto. Con una licenciada en Ciencias de la Educación “trabaja la comprensión de textos en base a los manuales del curso de ingreso, y con una profesora de Matemática, aborda Lógica y Matemática. Es que entrará a un mundo nuevo, para el que debe prepararse pacientemente”, dice Mercedes.
Ya visitó dos veces la facultad de 50 y 120 “de la mano de una dirección específica que tienen para coordinar y acompañar el acceso de alumnos con discapacidad”, realza la mamá de Fausto y cuenta que “recorrieron las aulas, la biblioteca, estuvieron en el buffet, también visitaron y hablaron con la gente de las distintas dependencias”, describe, y define: “Este será un año de transición”. Fausto recuerda la casa de estudios que lo albergará en breve como “un lugar que estaba lleno de teclados y mousse”, elementos que él maneja casi a la perfección. No por nada, sus compañeros y amigos del Albert Thomas lo definieron como “un genio de la informática”.
Desde aquel mal diagnóstico hasta la actualidad, la historia de Fausto -como se dijo- estuvo marcada por una pelea contra viento y marea por parte de su familia. Y a nivel educativo tuvo un punto de quiebre que comenzó a encarrilarla. “Fue cuando comenzó a ir a una escuela común, la rural N° 35 de 155 y 90”, recuerda su madre. “Antes fue a una especial que le provocó un retroceso terrible”, subraya.
Fue clave que lo empezara a atender, de niño, “el doctor Christian Plebst”, una eminencia en la materia que lo sigue atendiendo hasta hoy.
Llegó la época de pasar al secundario. “El autista se aferra a algo -continúa Mercedes- y en su caso fue la bicicleta. Como en el industrial había un taller de la bicicleta, empezamos a llevarlo a los 10 años; pasaba allí sus tardes, y así fue conociendo el colegio”, donde este año terminó 6°.
Ahora, la Universidad. “Ahí está todo bien”, sentencia Fausto, mientras su madre reconoce que “hoy... todo es una emoción permanente”.
El hecho de que Fausto esté a punto de comenzar la licenciatura en Informática en la Universidad no es casual ni mucho menos. Como tampoco lo es que, desde este año, en el Conservatorio Gilardo Gilardi -donde estudia desde pequeño- vaya a iniciar la experiencia de tocar el piano electrónico unido a la PC y de integrarse a una banda “porque él necesita ir internalizando que debe compartir cosas, ser parte de grupos de chicos”, dice su madre, María Mercedes Torbidoni, para remarcar que “en el 2008 comenzó un proyecto de orientación vocacional y laboral a cargo del experto español Daniel Valdez, quien determinó que la informática era el área donde mejor se desempeñaba”.
“Mundo nuevo”
Desde hace tiempo, Fausto está preparándose para ese salto. Con una licenciada en Ciencias de la Educación “trabaja la comprensión de textos en base a los manuales del curso de ingreso, y con una profesora de Matemática, aborda Lógica y Matemática. Es que entrará a un mundo nuevo, para el que debe prepararse pacientemente”, dice Mercedes.
Ya visitó dos veces la facultad de 50 y 120 “de la mano de una dirección específica que tienen para coordinar y acompañar el acceso de alumnos con discapacidad”, realza la mamá de Fausto y cuenta que “recorrieron las aulas, la biblioteca, estuvieron en el buffet, también visitaron y hablaron con la gente de las distintas dependencias”, describe, y define: “Este será un año de transición”. Fausto recuerda la casa de estudios que lo albergará en breve como “un lugar que estaba lleno de teclados y mousse”, elementos que él maneja casi a la perfección. No por nada, sus compañeros y amigos del Albert Thomas lo definieron como “un genio de la informática”.
Desde aquel mal diagnóstico hasta la actualidad, la historia de Fausto -como se dijo- estuvo marcada por una pelea contra viento y marea por parte de su familia. Y a nivel educativo tuvo un punto de quiebre que comenzó a encarrilarla. “Fue cuando comenzó a ir a una escuela común, la rural N° 35 de 155 y 90”, recuerda su madre. “Antes fue a una especial que le provocó un retroceso terrible”, subraya.
Fue clave que lo empezara a atender, de niño, “el doctor Christian Plebst”, una eminencia en la materia que lo sigue atendiendo hasta hoy.
Llegó la época de pasar al secundario. “El autista se aferra a algo -continúa Mercedes- y en su caso fue la bicicleta. Como en el industrial había un taller de la bicicleta, empezamos a llevarlo a los 10 años; pasaba allí sus tardes, y así fue conociendo el colegio”, donde este año terminó 6°.
Ahora, la Universidad. “Ahí está todo bien”, sentencia Fausto, mientras su madre reconoce que “hoy... todo es una emoción permanente”.
Fuente: eldía.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario