Sesenta y un años, dos hijos, tres nietos. El accidente cerebrovascular (ACV) que le robó las palabras y parte de su movilidad se produjo cuando los chicos eran pequeños -mucho antes de que pensaran en la posibilidad de darle nietos-. Desde ese momento Marita trata, una y otra vez, de buscar la explicación de por qué le pasó lo que le pasó. Enrique Moyano, de 59 años, sí sabe, o cree saber, qué es lo que le provocó los cuatro ACV que sufrió: "yo tengo autos de alquiler y se reniega mucho, mucho, con los choferes. Por eso me dio esto". Está tan seguro que nadie se animaría a discutirle, y menos aún si se conoce su temeraria historia. Cansado de los cables y de los enfermeros durante su última internación, él se mandó una de película y escapó -vaya paradoja- en taxi hasta su casa. "Cuando mi mujer me vio no quería abrirme la puerta. '¿Qué hacés acá?', me preguntaba. Yo me reía", cuenta. No lo puede disimular, está orgulloso de su travesura, y aunque contar la historia puede llevarle mucho más tiempo que a cualquiera, lo hace sin dejar pasar detalle. Si se traba, sabe que Elizabeth está ahí para darle un empujoncito.
Marita y Enrique se disputan la palabra, quieren el centro del escenario. Ahora. Porque hasta hace algún tiempo se habrían desesperado al comprobar que eso que aprendieron antes de cumplir dos años, el lenguaje, se borró de sus cabezas como por obra de un maleficio. Leonor Rossi, a sus 80 años, no está para pelearle el protagonismo a nadie ni lo necesita; ya tiene dos CD grabados. Cantaba tangos antes de quedar afásica y lo suyo nunca fueron las palabras: incluso en el peor momento de su enfermedad, cuando casi no podía hablar, los tangos le brotaban de corrido de la garganta y con ellos salió a flote.
Desorientados
"La afasia es una dificultad para comprender el lenguaje de los otros, para producir el propio lenguaje y, en general, para organizar las transmisiones responsables de la buena articulación de las palabras", explica Norma Griggio, fonoaudióloga, fundadora y coordinadora general del centro Sperantia. A esta asociación civil sin fines de lucro concurren niños y adultos con trastornos neuropsicolongüísticos y pléjicos, como Marita, Enrique y Leonor. Por sus pasillos sufren y celebran pacientes que están rehabilitando esta capacidad, la más humana de todas.
"El afásico es un ser humano que sufre y que está desorientado por todo lo que le pasa. De un momento a otro se olvidó del significado de las palabras, no puede nombrar las cosas y muchas veces no entiende lo que se le dice. Es una persona a la que se le fueron las palabras", ilustra Norma. Ella insiste en que no se puede reeducar a un afásico de un día para el otro, y más difícil aún es su inclusión y normalización. La familia y el entorno más cercano del paciente, para estos fines, juegan un rol importantísimo.
Festejo
Marita, Enrique y Leonor, como el resto de los 100 pacientes de Sperantia, se preparan para celebrar los 26 años del lugar que le devolvió las palabras y la dignidad. "Creemos que esta es probablemente la mayor secuela o limitación desde el punto de vista personal, social y económico causado por un daño cerebral", remarca Norma. Tal vez por eso se sienta obligada no solo a ayudar a los pacientes en la rehabilitación, sino a pegarle cachetazos a la sociedad para que abra los ojos, la cabeza, el corazón y los oídos cuando se cruza con la discapacidad.
Mientras tanto, con o sin explicaciones, Marita cocina para el festejo. Nada nuevo, lo hace todos los días en su casa. Enrique le dará una mano, aunque sus compañeros dicen que se cansaron de promesas sobre sus maravillas culinarias. Leonor los mira tranquila: los tangos que va a cantar no se los roba nadie de la cabeza.
Cuándo y dónde ir
- El centro Sperantia funciona en el pasaje Padre Roque Correa 57 (altura avenida Mate de Luna al 3.050) de lunes a viernes de 15 a 21.
- Se reciben obras sociales y se dispone de un cupo del 10% para tratar a pacientes sin cargo.
- Consultas a los teléfonos 432-6779 /85.
Fuente: lagaceta.com.ar
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