Rabietas, ataques de llanto, insultos, exigencias, maltratos... Con sus berrinches y demandas logran desafiar los límites e imponerse ante las figuras de autoridad, incluso llegando a la agresión física. Se trata de niños y niñas que sufren un desorden de comportamiento conocido también como el síndrome del Pequeño Tirano, y que manifiestan serias dificultades para sentir culpa y mostrar empatía. Los especialistas aún no han logrado desentrañar si se trata de una condición favorecida por factores ambientales, educativos o genéticos. Lo cierto es que en los países desarrollados las denuncias de maltrato por parte de niños y adolescentes han mostrado un notable incremento, especialmente a partir de violencia física ejercida hacia las madres. Esta grave problemática se debate entre la crisis de la estructura familiar heredada y la ausencia de nuevos y saludables paradigmas.
El ciclo de la infancia pareciera ser una de las circunstancias dónde más se pone en evidencia la crisis de vida que atraviesan la mayor parte de los esquemas sociales actuales. Frente al consabido desafío que suponía antaño para padres y educadores lidiar con las problemáticas del adolescente, es con el niño donde hoy se desnudan los mayores conflictos e interrogantes.
Por doquier nos encontramos con padres insatisfechos, estresados, temerosos, dubitativos y muchas veces impotentes que ya no se sienten representados por los esquemas de educación y crianza heredados pero que aún no logran dar con su propia “forma”, y también con familias que a la fuerza e infructuosamente intentan encajar los viejos esquemas patriarcales para forjar ese misterio que alguna vez se llamó “autoridad amorosa”.Frente a este estancamiento, los niños han tomado la posta y obedeciendo a su sana e intuitiva tendencia hacia el autoaprendizaje, provocan a los adultos con toda una serie de demandas y llamados de atención que puedan generar como imagen clara, como gesto, aquella acción que pueda acompañarlos, conducir sus inquietudes, temores, capacidades y necesidades durante los primeros pasos de su largo camino hacia la autorrealización, a través de la conformación de sus habilidades personales y sociales.
Parte de estos llamados de atención se relacionan con comportamientos o desórdenes de conducta que, de no ser atendidos correctamente, no sólo pueden comprometer seriamente al desarrollo saludable del niño, sino que además afectan a toda la familia. Tal es el caso del llamado Síndrome del Emperador (SE) o del Pequeño Tirano, un trastorno del comportamiento que vuelve a los niños muy centrados en sí mismos, con una baja tolerancia a la frustración, el aburrimiento y la demora o la negación de sus demandas, lo que provoca que desde muy pequeños expresen su descontento e incomodidad a través de ataques de ira e insultos, llegando a dominar por completo a sus padres a través de sus exigencias.
Cabe destacar que estos niños no manifiestan los berrinches propios de su etapa evolutiva en la búsqueda de límites, tampoco son chicos hiperactivos ni padecen trastornos de atención, ni encajan dentro del denominado Trastorno Negativista Desafiante (TND), sino que su falta de empatía y su mirada centrada exclusivamente en sus necesidades inmediatas (piensa que todo el mundo gira en torno a sí mismo) lo llevan a estallar en ataques de histeria o aun a través de la agresión física, si su entorno no logra satisfacer sus reclamos.
“Mi hijo tiene tres años y ya estamos cansados, los problemas empezaron el año en que comenzamos a ponerlo en penitencia, hablándole y tratando de mostrarle que no puede tener todo lo que quiere. La verdad es muy difícil, es muy exigente, cuando salimos, si quiere algo grita, llora, lo dejamos y seguimos caminando; en casa todo el tiempo está pidiendo, y si no lo obtiene grita. ¿Algo estamos haciendo mal? Porque él sigue con esta conducta de querer dominar la casa y la verdad a veces siento que me gana por cansancio”, testimonia una madre preocupada en un foro sobre el tema, poniendo de manifiesto una de las posibles causas de este trastorno.
Las demandas de la vida laboral y profesional y la caída de la familia como un ideal donde los individuos pueden alcanzar una realización personal y colectiva, provoca que muchas veces para los padres resulte mucho más fácil ser condescendientes con sus hijos y ahorrarse el tiempo y el esfuerzo que significa trabajar con sus límites y confrontar con sus lógicos berrinches. Una cosa saben: si cumplen con sus caprichos y demandas logran mantenerlos callados y tranquilos.
Según los profesionales especializados en comportamiento infantil, por una parte la mayoría de los padres decide tapar estos síntomas y seguir adelante como si nada estuviera pasando, pero por otro lado en algún momento deben enfrentarse al estallido: las denuncias de padres contra hijos que van entrando en la adolescencia, ya sea por maltrato, amenazas o violencia verbal, física y psicológica se han multiplicado hasta ocho veces más en los últimos cinco o seis años.
Un estudio realizado en Estados Unidos advierte que la violencia (no exclusivamente física) de adolescentes hacia sus padres tiene una incidencia de entre el 7 y el 18% en las familias tradicionales (en las monoparentales llega hasta el 29%), mientras que las estadísticas canadienses aseguran que 1 de cada 10 padres son maltratados. En todos los casos la mayoría de las agresiones tienen como destinataria a la madre.
Si los padres no logran confrontar con la problemática y buscar ayuda profesional para desarrollar estrategias de manejo de la frustración y la ira de sus hijos, la conducta se irá volviendo cada vez más patológica a medida que crezcan, en un franco proceso degenerativo de su conducta que puede alcanzar un mal pronóstico en poco tiempo.
Orígenes de la problemática
“El niño en muchos hogares se ha convertido en el dominador de la casa, se ve lo que él quiere en la televisión, se entra y se sale a la calle si así a él le interesa, se come a gusto de sus apetencias. Cualquier cambio que implique su pérdida de poder, su dominio, conlleva tensiones en la vida familiar, el niño se vive como difícil, se deprime o se vuelve agresivo. Las pataletas, los llantos, sabe que le sirven para conseguir su objetivo. Son niños caprichosos, consentidos, sin normas, sin límites, que imponen sus deseos ante unos padres que no saben decir no.
Hacen rabiar a sus padres, molestan a quien tienen a su alrededor, quieren ser constantemente el centro de atención, que se les oiga sólo a ellos. Son niños desobedientes, desafiantes. No toleran los fracasos, no aceptan la frustración. Echan la culpa a los demás de las consecuencias de sus actos. La dureza emocional crece, la tiranía se aprende, si no se le pone límites”, afirma Javier Urra, Psicólogo, Pedagogo Terapeuta y Primer Defensor del menor (1996-2001) de España, y uno de los mayores especialitas de dicho país.
Ahora bien, si la tiranía se aprende, ¿qué mecanismos juegan a favor del aprendizaje de estas conductas nocivas?
Algunos especialistas han logrado destacar determinados factores que podrían favorecer el predominio de dichas conductas:
-Abandono por parte de los padres de las funciones familiares (los niños reciben más educación en otros entornos sociales que en su propia familia).
-Sobreprotección y sobre-exigencia simultáneas.
-Ausencia de autoridad y falta de tiempo de los padres.
-Permisividad, padres que desde los primeros años claudican continuamente ante sus peticiones y caprichos.
-Falta de elementos afectivos.
-Falta de educación emocional.
-Ambiente familiar donde predominan el consumismo, la gratificación inmediata y el hedonismo.
-Abandono de desafíos, padres que para no ver al niño "con ansiedad", ante la primera señal de malestar lo retiran de la situación que lo generó, impidiendo que desarrollen habilidades de confrontación y tolerancia.
-Hogares monoparentales.
-Diferencias significativas en el estilo educativo que practican los padres.
-Alianzas de uno de los padres con el niño tirano y en contra del otro.
-Crianza llevada a cabo por abuelos, niñeras o servicio doméstico, menos propensos a generar una disciplina.
-Consideración del niño como especial, ya sea por haber sido muy deseado (en algunos casos después de tener dificultades para concebirlo o luego de la muerte de un primogénito), hijo único, hijo adoptado, concebido por padres muy añosos, considerado como niño prodigio, con discapacidad física o psíquica, etc.
Sin embargo, para muchos profesionales especialistas, estos aspectos familiares no alcanzarían para justificar esta condición. Javier Urra asegura que además debemos tener en cuenta toda una serie de factores contextuales propios de nuestro tiempo. “Es obvio que se ha pasado de una educación autoritaria de respeto, casi miedo al padre, al profesor, al conductor del autobús, al policía, a una falta de límites, donde algunos jóvenes (los menos) quieren imponer su ley de la exigencia, de la bravuconada; de la fuerza. El cuerpo social ha perdido fuerza moral, desde la corrupción no se puede exigir. Se intenta modificar conductas, pero se carece de valores”, asegura.
Otros especialistas psicólogos y pedagogos debaten además si el Síndrome del Emperador se desencadena exclusivamente por estas carencias educativo-formativas y sociales/ambientales, y ante la falta de una correcta educación emocional por parte de los padres, o si además pueden intervenir factores genético-hereditarios biológicos, principalmente de naturaleza psicopática.
Para el psicólogo criminalista español Vicente Garrido Genovés, autor del libro “El Síndrome del Emperador”, el elemento esencial del Síndrome del Emperador es la ausencia de conciencia y empatía, factores muy ligados a lo genético. “Son niños que genéticamente tienen mayor dificultad para percibir las emociones morales, para sentir empatía, compasión o responsabilidad, y como consecuencia tienen problemas para sentir culpa”, afirma.
Precisamente son estos serios problemas para empatizar, incorporar y desarrollar la moralidad, tener compasión o ser responsables, lo que diferencia sus comportamientos de otros desórdenes o de meros berrinches. "Son incapaces de desarrollar emociones morales como la empatía, el amor o la compasión, lo que se traduce en dificultad para mostrar culpa y arrepentimiento sincero por las malas acciones", expone Garrido Genovés.
Por lo tanto podríamos estar frente a un trastorno que cuenta con una base genética y es exacerbado por pautas sociológicas, como el desprestigio hacia el sentimiento de culpa y por otra parte la búsqueda de la gratificación inmediata y el hedonismo.
Características de los “niños tiranos”
Es importante señalar que quedan excluidos de este síndrome los niños que han vivido episodios de violencia doméstica o que sufren de trastornos psiquiátricos severos como la esquizofrenia, volviendo a destacar que no se trata de niños y niñas “malcriados”.
Los siguientes son algunos de los rasgos típicos que conforman el diagnóstico:
-Incapacidad para desarrollar emociones morales (empatía, amor, compasión, etcétera) auténticas. Esto se traduce en muchas dificultades para mostrar culpa y arrepentimiento sincero por las malas acciones.
-Incapacidad para aprender de los errores y de los castigos. Ante la desesperación de los padres, no parece que sirvan regaños y conversaciones, él busca su propio beneficio, parece guiado por un gran egocentrismo.
-Conductas habituales de desafío, mentiras e incluso actos crueles hacia hermanos y amistades.
Algunos especialistas aseguran que se trata además de niños inteligentes, rápidos y contestatarios, quienes además deberían manifestar conductas ubicadas por lo menos en tres de los siguientes grupos:
-Agresión a las personas o animales.
-Conductas no agresivas que comportan destrucción de la propiedad.
-Robar y mentir.
-Violación grave de las normas, las cuales comportarían un desajuste social, académico o laboral.
Se estima que sólo un tercio de los “pequeños tiranos” son niñas, aunque no se ha especificado cuál pueda ser el motivo de ello. “El perfil de este pequeño tirano, suele ser el de un varón de unos 9-17 años, normalmente hijo único, y de clase media alta” (Aparicio, 2007).
Otro dato peculiar lo arroja un estudio llevado a cabo en Catalunya, España, donde se afirma que “la madre es la víctima en el 87 por ciento de las ocasiones que se produce este tipo de violencia, y que principalmente recibe agresiones físicas, aunque también son habituales las verbales”.
“La herencia marca tendencia, pero lo que cambia al ser humano es la educación, sobre todo en los primeros años, en los primeros meses y días, incluso antes de nacer, es muy distinto si eres un hijo deseado o no, si eres un padre relajado o agresivo”, asegura Javier Urra. “Algunos psicólogos y pedagogos han transmitido el criterio de que no se le puede decir no a un niño, cuando lo que le neurotiza es no saber cuáles son sus límites, no saber lo que está bien y está mal. Ésa es la razón de que tengamos niños caprichosos y consentidos, con una filosofía muy hedonista y nihilista”. Respecto a este punto, Garrido advierte además que “la televisión enseña valores muy hedonistas y consumistas, y dificulta el aprendizaje del autocontrol, es decir, la capacidad de esforzarse por renunciar a cosas inadecuadas y para perseguir metas que requieren esfuerzos. Los hijos tiranos ven en los medios muchas conductas y metas que son coincidentes con lo que ellos desean: pasarlo bien y hacer lo que quieran sin que nadie les obstaculice”.
Como se mencionó anteriormente, uno de los aspectos más sobresalientes de esta condición es la elevada insensibilidad emocional acompañada de una ausencia de conciencia. Al no poder desarrollar un sentimiento de vinculación moral o emocional, ni con la familia ni con sus educadores, este trastorno puede disparar otras patologías psicológicas implicadas. Por ejemplo, al no responder a las pautas educativas y manifestar serias dificultades para aprender de los errores, pueden acarrear problemas de aprendizaje. Por otra parte, al tener baja empatía y dificultad para desarrollar sentimientos de culpa, también se ven expuestos a trastornos de socialización.
Los relatos de familiares que han acudido a especialistas coinciden en la aparición de incidentes que se profundizan a partir de los siete años y donde, de pasar por insultos leves se llegó a situaciones de desobediencia general, desconsideración y mentiras. En el caso de haber llegado a la adolescencia sin atención profesional, las denuncias incluyen además empujones, amenazas, destrucción de partes de la casa y agresiones físicas.
Lamentablemente el diagnóstico aún se encuentra en debate, ya sea por imprecisiones o falta de acuerdo entre los profesionales, lo que provoca que los padres lleguen a deambular por diversos especialistas y puedan recibir diagnósticos equivocados. Dentro de lo positivo, podemos señalar que una vez identificado el problema, las intervenciones han logrado muy buenos resultados a través del desarrollo de técnicas de re-aprendizaje emocional en el desarrollo de la empatía y los ejercicios de relacionamiento interpersonal que debe incorporar toda la familia.
Tratamiento y abordajes
La mayoría de los profesionales concuerda en que el abordaje de este trastorno comience por educar a los niños en la empatía, que puedan ponerse en el lugar del otro y desarrollar así una mayor sensibilidad. Se trata pues de abrirse camino en el desarrollo de la inteligencia emocional, es decir de las capacidades de aplicar la conciencia y la sensibilidad en los procesos de aprendizaje y comunicación, evitando ceder a las reacciones impulsivas e inflexibles, a las unilateralidades del temperamento, promoviendo una mayor receptividad hacia el entorno que permita comprender cabalmente las propias emociones y las de los demás. De esta manera se estará trabajando a un mismo tiempo en el autoaprendizaje del manejo de las emociones, fortaleciendo la autoestima al mismo tiempo que se desarrolla una capacidad más efectiva para ponerse en el lugar del otro.
Ahora bien, todos estos ítems pueden planificarse y abordarse por etapas, pero qué hacer frente a un ataque de rabietas o un estallido de ira.
Algunos psicólogos sugieren lo importante es no ceder, no caer en el facilismo de atenderlos inmediatamente ante una demanda caprichosa o una rabieta, aunque sea un escándalo en la vía pública o ante terceros, sino aprender a esperar que pase el berrinche para luego hablar e intentar entrar en razón.
Desde ya que no se tratará de una tarea sencilla, desposeer a estos niños del ambiente que han conquistado y enseñarles a gestionar sus emociones implica una ardua tarea. Una de las claves se encuentra en la motivación promovida desde el ejemplo propio de los padres, evitando entrar en cólera con ellos sino mostrándose comprensivos y asertivos a la vez. Aquí compartimos algunos de los consejos profesionales para dar el paso a paso necesario:
-Dialogar, mantener una comunicación fluida a lo largo del día, fomentando la reflexión como contrapeso a la acción.
-Ser coherentes en el modelo de vida a trasmitir.
-Dar claridad en los valores y las normas, explicadas, para que no se sientan desorientados o inseguros.
-Evitar los mensajes ambivalentes.
-Dar sólo una instrucción cada vez, no caer en repeticiones o excesos de explicaciones que justifiquen un pedido o límite. Especificar la conducta deseada de manera clara y concisa.
-No amenazar ni caer en autoritarismos.
-Dar oportunidades de obedecer mediante avisos y recordatorios.
-Respaldarse mutuamente entre los padres respecto a sus decisiones.
-Cumplir con las sanciones enunciadas una vez que el niño haya comprendido las peticiones de los padres pero no las haya obedecido.
-Buscar siempre el momento oportuno para enunciar las peticiones y razonarlas juntos.
-Dedicar tiempo, planificar quehaceres juntos, juegos, espacios para el mutuo relacionamiento, escucha e intercambio de experiencias y necesidades. Buscar intereses comunes.
-Compartir sentimientos y preocupaciones.
-Enseñar el autocontrol, la capacidad de esfuerzo, la necesidad de los errores para aprender, como de herramientas para la canalización de los conflictos, como las actividades físicas y creativas.
-Desdramatizar los errores, darles confianza y estimularlos para que puedan ver que los equívocos se pueden superar y dan lugar a nuevas y más ricas vivencias.
-Hacerles saber de la importancia de su participación armónica en los quehaceres familiares.
-Mejorar su autoestima, acompañarlos en los pequeños logros, ayudarles a descubrir sus potencialidades y motivarlos para desarrollarlas. Transmitirles confianza.
-Enseñarles a realizar actos positivos y altruistas, como ayudar a sus hermanos o a otras personas, invitarlos a brindarse, a ser generosos, aprendiendo el valor de la responsabilidad, que sientan orgullo de sus actitudes positivas.
Desde la prevención, es fundamental que los padres estén atentos al comportamiento de sus hijos desde temprana edad, ir contra la tendencia general y brindarles toda la escucha necesaria, abriendo espacios para la charla y el intercambio donde no medien o interfieran otros canales de comunicación como la computadora o el televisor, sino creando los propios rituales de encuentro que tengan valor en sí mismos. No podemos reclamar atención y comprensión si cuando un niño nos viene a hablar, invitar a un juego o mostrar un dibujo, le respondemos con la mirada puesta en una pantalla de computadora. Estas conductas disociativas serán imitadas y potenciadas por los niños a lo largo de su desarrollo. En este punto los padres deberán aprender a ser coherentes consigo mismos, porque sus contradicciones son señales indisimulables ante la mirada de los más pequeños.
Trastornos como el Síndrome del Emperador pueden ser leídos como un espejo frente a las graves problemáticas comunicacionales de la sociedad actual, y también como el punto de origen de otros comportamientos patológicos de la vida adulta. Si no enseñamos a los niños a controlar y conducir de manera asertiva sus deseos y necesidades, corremos el riesgo de que en la vida adulta puedan transformarse en seres violentos, maltratadores hacia sus parejas, con escasas capacidades para desenvolverse ante los desafíos de la vida y lidiar con las adversidades, quedando a merced de sus pulsiones más básicas e inmediatas.
Pero para prevenir y corregir estas conductas, y no sólo frente a la problemática de los niños tiranos, las familias necesitarán hacer un repaso exhaustivo de la capacidad de entrega, atención y colaboración por parte de cada componente adulto; reconocer si realmente se encuentran trabajando por un proyecto definido o si simplemente se dejan impactar por las circunstancias exógenas, acomodándose a tientas y resolviendo sobre la marcha.
Frente al resquebrajado esquema patriarcal bajo el cual todos los miembros de la familia encontraban (muchas veces a la fuerza) su rol definido, las familias de este tiempo tienen el gran y provechoso desafío de crear su propia dinámica y construir las bases únicas e irrepetibles de un proyecto de vida que sepa realizar un anhelo colectivo y a su vez de brinde un espacio para que se desarrolle en armonía la fuerza del alma individual.
Luis Eduardo Martínez martinez_luiseduardo@yahoo.com.ar
Fuentes: - El Síndrome del niño emperador/ Stephania Cruz Juárez/ Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de servicios Nº 103/ Cd. Madero Tamps., 02 de junio de 2009. - El pequeño dictador. Cuando los padres son las víctimas / Javier Urra. - www.EcuRed.cu - El Síndrome del Emperador/ El niño maltratador de sus padres/ J. C. Ambrojo, periodista de El País.
Fuente: El Cisne
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