Un anticuerpo es una sustancia capaz de dirigirse y atacar a un antígeno concreto; bien un virus, o una proteína típica de una célula tumoral. Los primeros que se diseñaron en el laboratorio eran de origen murino; es decir, se 'enseñaba' genéticamente al roedor a producir anticuerpos contra una proteína de un tumor humano que se le había inyectado previamente. Sin embargo, no fue hasta 1988, cuando Winter logró 'humanizarlos' (eliminando los genes de ratón que contenían las 'instrucciones' y reemplazándolos por ADN humano), cuando estos fármacos mostraron todo su potencial.
A Lerner, por su parte, el Premio le reconoce la creación de "bibliotecas de anticuerpos que han permitido la construcción de repertorios inmunológicos muy superiores a los que produce el sistema inmunitario humano". Como consecuencia de estas investigaciones, concluye el jurado, "ya es posible tratar enfermedades degenerativas y tumorales con anticuerpos diseñados específicamente, abriendo nuevas vías para la medicina personalizada, para la medicina preventiva y otras aplicaciones como la catálisis química".
Primeros fracasos
Aprendiendo del funcionamiento del sistema defensivo del organismo, en el que cada anticuerpo de nuestras defensas ataca exactamente al antígeno contra el que está programado (un virus, una bacteria...); algunos investigadores comenzaron a plantearse la posibilidad deemplear esta misma estrategia contra el cáncer y otras enfermedades. Sin embargo, como las células tumorales tienen origen en nuestro propio organismo, el sistema inmunológico no está preparado para atacarlo de manera natural.
Para contrarrestar este fenómeno, los primeros anticuerpos se diseñaron con la ayuda de ratones. Es decir, programando los anticuerpos de los animales para que reconociesen ciertas proteínas típicas del cáncer y, posteriormente, inyectando estos anticuerpos de roedor en el ser humano.
Sin embargo, hubo que salvar aún varios escollos más hasta poder utilizar los anticuerpos de manera generalizada como fármacos.
En primer lugar, los antígenos de las células tumorales están también presentes en muchas de nuestras células sanas del organismo, por lo que hubo que transformar los anticuerpos policlonales en monoclonales, es decir, dirigidos únicamente contra una proteína 'mala' e inocuos para el resto.
Una vez resuelto este obstáculo, llegó el siguiente reto. ¿Cómo producirlos de manera industrial? Hubo que esperar hasta 1975 para que Georges Köhler, César Milstein y Niels Kaj Jerne (que compartieron el premio Nobel por este motivo) fuesen capaces de desarrollar una célula, denominada hibridoma, que no sólo era capaz de dividirse sin cesar, sino que además era capaz de producir anticuerpos monoclonales en grandes cantidades.
Todo ello permitió que en 1986 viese la luz el primer medicamento basado en esta tecnología, muromonab, diseñado para evitar el rechazo después de un trasplante. Sin embargo, aunque las primeras dosis eran eficaces, debido a su origen murino, pronto se vio que dejaba de funcionar debido a que era destruido en la sangre del propio paciente que fabricaba anticuerpos contra él.
A partir de las aportaciones de Winter y Lerner, el camino de los anticuerpos monoclonales humanizados se abrió de una manera imparable para la fabricación de fármacos, de manera que en la actualidad hay ya más de una docena autorizados tanto en EEUU como en Europa.
Aprendiendo del funcionamiento del sistema defensivo del organismo, en el que cada anticuerpo de nuestras defensas ataca exactamente al antígeno contra el que está programado (un virus, una bacteria...); algunos investigadores comenzaron a plantearse la posibilidad deemplear esta misma estrategia contra el cáncer y otras enfermedades. Sin embargo, como las células tumorales tienen origen en nuestro propio organismo, el sistema inmunológico no está preparado para atacarlo de manera natural.
Para contrarrestar este fenómeno, los primeros anticuerpos se diseñaron con la ayuda de ratones. Es decir, programando los anticuerpos de los animales para que reconociesen ciertas proteínas típicas del cáncer y, posteriormente, inyectando estos anticuerpos de roedor en el ser humano.
Sin embargo, hubo que salvar aún varios escollos más hasta poder utilizar los anticuerpos de manera generalizada como fármacos.
En primer lugar, los antígenos de las células tumorales están también presentes en muchas de nuestras células sanas del organismo, por lo que hubo que transformar los anticuerpos policlonales en monoclonales, es decir, dirigidos únicamente contra una proteína 'mala' e inocuos para el resto.
Una vez resuelto este obstáculo, llegó el siguiente reto. ¿Cómo producirlos de manera industrial? Hubo que esperar hasta 1975 para que Georges Köhler, César Milstein y Niels Kaj Jerne (que compartieron el premio Nobel por este motivo) fuesen capaces de desarrollar una célula, denominada hibridoma, que no sólo era capaz de dividirse sin cesar, sino que además era capaz de producir anticuerpos monoclonales en grandes cantidades.
Todo ello permitió que en 1986 viese la luz el primer medicamento basado en esta tecnología, muromonab, diseñado para evitar el rechazo después de un trasplante. Sin embargo, aunque las primeras dosis eran eficaces, debido a su origen murino, pronto se vio que dejaba de funcionar debido a que era destruido en la sangre del propio paciente que fabricaba anticuerpos contra él.
A partir de las aportaciones de Winter y Lerner, el camino de los anticuerpos monoclonales humanizados se abrió de una manera imparable para la fabricación de fármacos, de manera que en la actualidad hay ya más de una docena autorizados tanto en EEUU como en Europa.
Fuente: elmundo.es
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