¿Cómo te sentirías si te prohibieran la sexualidad? Quien no lo sepa, puede preguntarle a alguna de las tantas personas con discapacidad que sufren la estigmatización de su naturaleza: el ser humano, cualquiera sea su condición, es una persona sexuada. Por lo tanto, a quien se le niegue este aspecto vital, se le rehúsa la propia condición humana.
La reportera de un conocido periódico llegó al Centro de Educación Especial para entrevistar a Eric y a su novia Sofía, dos jóvenes con discapacidad intelectual de 26 y 23 años, respectivamente.
Los jóvenes la esperaban en una de las aulas de la escuela. El coordinador técnico le informó a la reportera que los padres de los chicos autorizaron la entrevista siempre y cuando él estuviera presente para cuidar que no hablaran de más, ya que el tema a tratar era sobre sexualidad.
La entrevista inició. Eric y Sofía empezaron a expresarse con espontaneidad, sin inhibiciones. El coordinador intervino para matizar lo que revelaban, pero de pronto el relato subió de tono y las confesiones sexuales estallaron.
Yo estoy muy enamorado de Sofi, quiero estar a solas con ella para que estemos en la cama desnudos, acariciándonos todo el cuerpo, quiero besarla en la boca apasionadamente y besar todo su cuerpo, dice Eric.
Yo amo a Eric y quiero hacer lo mismo -agrega Sofi- pero eso no se puede, no nos dejan. Siempre nos están vigilando. Ni mis padres ni sus padres nos dejan en paz, tampoco en la escuela nos permiten estar solos.
Aunque a veces logramos escondernos en un rincón de un salón y nos besamos en la boca, pero rápido para que no nos vayan a cachar, interviene Eric y continúa: a veces siento odio porque nos impiden hacer algo que no tiene nada de malo, solo porque tenemos discapacidad intelectual.
Sofi comparte ese malestar y menciona que los maestros están detrás de ellos todo el tiempo.
Por eso no podemos tener bien nuestro romance. Cuando estoy cerca de Eric me da mucho calor y siento cosquillitas aquí abajo -dice señalando su vientre-.
La reportera les pregunta si son vírgenes y el coordinador se pone nervioso e interviene: “Ellos no saben lo que significa la virginidad”.
Eric y Sofi han experimentado su desarrollo natural en lo biológico y en lo afectivo, han descubierto sensaciones en sus cuerpos, y se encuentran en un estado de confusión. No se explican por qué a las personas con discapacidad intelectual se les impide disfrutar de su sexualidad. Ellos quieren casarse, vivir solos y formar una familia.
Sofi y Eric han llevado un noviazgo muy estable desde hace más de cuatro años. Ellos estudian y trabajan jornadas de cuatro horas dos días a la semana en el taller de artesanías de la escuela y con lo que ganan están ahorrando para su futuro.
Las personas con discapacidad intelectual tienen un desarrollo sexual similar al de cualquier otra persona, ellos adquieren una identidad sexo-genérica; siguen patrones educativos de género de acuerdo a los valores y conductas socialmente establecidos, al llegar a la pubertad presentan los cambios biológicos propios de la edad y sus intereses sexuales se incrementan; forman parte de la diversidad sexual al poseer estilos de vida personales, no necesariamente tienen que permanecer solteros, hay quienes viven en unión libre o han logrado casarse e incluso algunos han tenido hijos; pueden experimentar una preferencia erótico-afectiva heterosexual, homosexual o bisexual y manifiestan una amplia variedad de expresiones erótico-sexuales; sin embargo, para ellos vivir su sexualidad representa un camino plagado de obstáculos sumamente difíciles de superar por la incomprensión y los prejuicios en torno a su sexualidad.
La cuestión es que el proceso de desarrollo socio-sexual de las personas con discapacidad intelectual se ve obstaculizado por las restricciones de su entorno social y de su propia condición. Para empezar, tenemos que su evolución intelectual es más lenta que su crecimiento físico, lo cual les dificulta el aprendizaje de las reglas sociales. En general, cualquier individuo tiende a seguir las normas impuestas por la sociedad y medita sus acciones, mientras que la persona con discapacidad intelectual procede con ingenuidad, siendo más directos y espontáneos, por lo cual su comportamiento puede juzgarse como inmoral, como le sucedió a Adrián, un joven de 22 años muy solicitado por sus compañeras de la escuela, ya que es guapo y posee un cuerpo atlético, producto de su afición por la natación que practica desde pequeño. Adrián tiene síndrome de Down, sin embargo sus padres lo han preparado para ser lo más autosuficiente posible y se desenvuelve solo en los lugares donde entrena.
Cierto día, un chico de 14 años encontró a Adrián y a otro joven Down besándose y tocándose sus cuerpos en las regaderas. El chico salió escandalizado y contó lo que vio a su mamá, quien a su vez lo comunicó al encargado del deportivo.
Imagínese nada más -dijo la señora-. Entra mi hijo a bañarse y se encuentra con esos dos muchachos haciendo porquerías, ¡Qué barbaridad, es una experiencia espantosa, traumatizante! No quiero pensar el peligro que corren nuestros hijos con estos compañeros. Ustedes tienen que tomar medidas drásticas para que esto no se repita.
El directivo llamó a los padres de Adrián para comunicarles lo sucedido y ellos, avergonzados, trataron de disculpar a su hijo y lo reprendieron fuertemente. De inicio, Adrián negó todo, pero después lo aceptó argumentando que el otro muchacho fue quien tomó la iniciativa.
Los papás de Adrián prometieron al directivo que su hijo ya no se bañaría en las instalaciones del deportivo para tranquilidad de todos.
Los padres están muy confundidos y con mucho temor porque anteriormente Adrián ya había presentado estas conductas, siempre con compañeros que también tienen discapacidad intelectual. La primera vez que lo descubrieron fue cuando tenía 13 años, se estaba besando con un amigo, pero no le dieron importancia al hecho, sin embargo la situación se ha repetido en varias ocasiones. Los padres no creen que su hijo sea homosexual porque tiene novia.
Adrián reveló a uno de sus maestros que le gusta besarse con su mejor amigo, con el que estaba en las regaderas, y también le encanta que se acaricien. Dice que su novia también lo acaricia, pero eso no le gusta.
“Me molesta que ella me bese, me deja todo lleno de saliva, pero mis papás quieren que seamos novios y por eso sigo con ella”.
Sin embargo, en otro momento Adrián rectifica y dice que cuando su amigo lo quiere tocar lo rechaza y lo avienta, porque eso no debe ser y que él está a gusto con su novia.
Adrián está muy molesto porque sus papás lo castigaron por lo sucedido en el deportivo, impidiéndole que se bañe ahí. Dice que se siente muy mal porque sus amigos ya no quieren juntarse con él, ni saludarle ni hablarle y que eso le duele mucho. Incluso las mamás de las muchachas tampoco quieren que sus hijas se acerquen a él.
Los papás optaron por cambiarlo a otro deportivo y Adrián sufre por haber perdido el contacto con sus compañeros.
“La situación era ya tan incómoda, que preferimos irnos de ahí. Nada más llegábamos y todos se nos quedaban viendo como si mi hijo fuera un delincuente sexual, no entienden que las personas con síndrome de Down son muy espontáneas y manifiestan su sexualidad sin la malicia que nosotros tenemos, solo hay que orientarlos para que no presenten conductas fuera de lugar”.
Asimismo, el papá reconoce: la verdad, a veces no estamos seguros de la preferencia sexual de Adrián -sin embargo, reitera-, pero creemos que es heterosexual porque tiene su novia.
En este caso observamos cómo la pertenencia de Adrián a la comunidad tiende a ser menospreciada y como consecuencia se da un proceso de distanciamiento social donde incluso los padres colaboraron con estas circunstancias.
Karina es una atractiva jovencita de 13 años, que presenta una discapacidad intelectual leve. Los cambios en su cuerpo indican que ya está en plena adolescencia. Su madre acepta que le asusta el crecimiento de su hija, por todo lo que pueda pasar, pues ya desde ahora tiene muchos pretendientes.
La señora comentó a la maestra de Karina que su doctor aconseja que todas las mujercitas con discapacidad intelectual deben ser esterilizadas, así que en cuanto esté un poco más grande llevará a Karina para que le practiquen la salpingoclasia y así ella va a estar más tranquila.
Molesta e indignada, la profesora externó a la señora que era conveniente informar a su médico sobre este asunto porque era evidente su ignorancia sobre los derechos sexuales de las personas con discapacidad, los cuales establecen su prerrogativa a tomar las decisiones que afecten su vida en particular y que nadie tendrá derecho a disponer por ellos a menos que se encuentren en un estado de inconciencia o semiconciencia tal que les impida analizar juiciosamente todas las alternativas posibles al problema que se desea resolver, en tal caso, las decisiones se tomarían en función de proteger la integridad física y mental de la persona, y que en el caso de Karina, con una orientación adecuada, sí puede adquirir la capacidad para decidir.
Asimismo le hizo saber que existe la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, que es el primer tratado internacional en la historia sobre los derechos humanos de personas con discapacidad, orientado a mejorar la calidad de vida de alrededor de 650 millones de personas con algún tipo de discapacidad en el mundo. En 2006, la Convención fue aprobada en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Esta Convención prevé un cambio radical, se trata de que la sociedad se preocupe en los hechos por el respeto a los derechos humanos y a la igualdad de oportunidades de todos sus integrantes sin distinciones, lo cual conlleva a que las personas con DI puedan vivir una sexualidad plena.
El artículo 23 de esta Convención se refiere al respeto de las personas con discapacidad al hogar y de la familia en cuanto a reconocer el derecho de contraer matrimonio y fundar una familia; recibir educación sobre reproducción apropiada para su edad y el derecho a mantener su fertilidad, en igualdad de condiciones que los demás.
Aunque la señora aparentemente estuvo de acuerdo con la maestra, en realidad no quedó convencida del todo, para qué tomarse todo ese trabajo de orientación sexual, siendo más fácil engañar a su hija y firmar una carta de consentimiento sin prever todas las consecuencias físicas y psicológicas que puede desencadenar en Karina esa manera de proceder.
Ulises es un adolescente de 16 años, tiene síndrome de Down y es muy enamorado. Cuando ve a una chica guapa se le acerca, le trata de hacer plática y le dice piropos, lo cual molesta mucho a la mamá de Ulises.
Ulises ingresó a una nueva escuela y la mamá comentó al psicólogo: ya le he dicho a Ulises infinidad de veces que no moleste a las muchachas, porque para ellas ha de ser muy incómodo que las aborde, pero no me hace caso. Esto me preocupa mucho, temo que un día las quiera tocar o hacer algo más y entonces tendremos graves problemas. Por eso consulté con su doctora y ella me indicó que le demos un fármaco para aplacarle sus deseos sexuales y con eso resolveremos el problema.
Señora -le respondió el psicólogo, tratando de conservar la calma-, con todo respeto le confieso que me alarma la actitud de su doctora. ¿Ha pensado usted lo que significa anular el deseo sexual de una persona? ¿Perder esa maravillosa fuente de placer y bienestar que forma parte de nuestra naturaleza? Esa no es la solución más conveniente.
Alicia y Jorge son dos adultos con DI que se conocieron en el Centro de Capacitación al que asisten. Ella tiene 32 años y él 28. Superando su timidez, una mañana Jorge se animó y le manifestó su amor a Alicia. Ella recibió la declaración con sorpresa y se quedó callada, no sabía qué responder, pero estaba feliz. Otro día, Jorge le llevó una flor y le pidió que fuera su novia y ella finalmente lo aceptó encantada. El amor los transformó, sobre todo a Alicia, que era una chica callada e introvertida y que ahora se mostraba radiante, alegre, sonriente.
Pero sucede que a la semana siguiente Alicia le dijo a Jorge que no podrían ser novios porque sus papás no estaban de acuerdo.
Dile a tus papás que yo quiero pedirles permiso de que te dejen salir conmigo, te quiero invitar a comer y al cine -le insistió Jorge para convencerla de que continuaran su relación-.
No creo que acepten -respondió Alicia-. Ellos me dijeron que definitivamente no, aunque yo sí quiero, pero luego me van a regañar y hasta me pueden sacar del taller.
Los papás de Alicia decidieron que su hija no tenga pareja nunca, porque piensan que eso les traerá grandes problemas.
Así estamos bien, para qué nos arriesgamos -dicen ellos-, quién sabe qué intenciones tenga ese muchacho con nuestra hija, que además es menor que ella, que tal si en un descuido hasta la embaraza y ni lo mande Dios, mejor ahí la dejamos. Alicia no necesita novios, si lo manifiesta es porque ve los romances de las telenovelas y los quiere imitar, pero realmente ella no tiene esos intereses, a fin de cuentas es una discapacitada.
La nueva Alicia, alegre y entusiasta, se apagó y ahora se muestra triste y deprimida.
Defiéndete Alicia -le dice una de sus compañeras-. Aunque tengamos discapacidad intelectual también tenemos derechos humanos, somos adultos y podemos tener novio y hasta casarnos, como lo dice la Convención.
Pero Alicia se queda en silencio, se siente incapaz de intentar algo.
Como consecuencia de estas situaciones de represión y discriminación, las personas con discapacidad intelectual muchas veces se sienten inferiores, se menosprecian, piensan que difícilmente podrán interesarse en ellas sexualmente, son susceptibles de caer en relaciones destructivas y se vuelven vulnerables al maltrato físico y psicológico, a realizar actos en contra de su voluntad, a los embarazos no deseados y a contraer infecciones sexuales.
Las historias de Eric, Sofía, Adrián, Karina, Ulises, Alicia y Jorge son testimonios contundentes. La sexualidad de las personas con discapacidad intelectual es una sexualidad negada, estigmatizada, violentada, rechazada, reprimida, controlada, discriminada, marginada, es una sexualidad prohibida.
Para que la Convención realmente constituya un avance a favor de las personas con DI, es necesario difundirla, pugnar porque se respeten los principios establecidos en ella y convertirlos en acciones concretas para lograr una sociedad que realmente elimine todas las formas de discriminación contra las personas con discapacidad. De esta forma, aún queda un largo camino por recorrer para que la sexualidad de las personas con discapacidad deje de ser marginada.
José Luis Carrasco Núñez
* José Luis Carrasco Núñez es licenciado en Psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México, tiene la especialidad en Sexología Educativa por el Instituto Mexicano de Sexología. Es Director de Psicología del Centro de Educación Down y catedrático en la carrera de Pedagogía en la Facultad de Estudios Superiores Aragón de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde también coordina el Programa Psicopedagógico de Servicio Social. Es autor del libro “Sexualidad y Síndrome de Down” y coautor de la “Guía didáctica para la promoción de la salud de personas con discapacidad”. Email: carrascojluis@hotmail.com
Fuente: El Cisne
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