La crisis devoró primero el trabajo del marido y luego se zampó el coche, se tragó la vivienda hipotecada y arrasó con las cuentas corrientes. La crisis se llevó entre los dientes el mobiliario y obligó a Esperanza a vender los jarrones y la ropa, la alianza y los libros. La crisis arrancó la línea telefónica y la luz, y los mandó a beneficiencia a hacer cola para lograr un paquete de arroz.
Todo eso se engulló la crisis desde 2010 en esta familia de clase media. Y ahíta de todo -ávida y excesiva-, amenaza hoy con arrebatarles a su única hija. Se llama A., es una quinceañera con síndrome X frágil -primera causa de retraso mental hereditario-, no sabe que a lo peor pasa a ser tutelada por la Administración valenciana y es ingresada en un centro de salud mental, y a los siete años empezó a golpearse con la cabeza en la pared llamándose «tonta» y «burra». Esas dos palabras. Sólo esas dos. Sorbiéndose las lágrimas y muda. Lo que la niña oía en clase por boca de sus compañeros.
«No nos ha podido la enfermedad de la hija. Su sufrimiento nos ha hecho más fuertes. Y cada tarde que venía del colegio hecha un puzle, hemos vuelto a montarle todas las piezas. No nos ha podido perder el dinero, la casa, venderlo todo. Nada nos ha podido. Pero quedarnos sin nuestra hija nos mata».
El alegato de la madre viene al caso porque, de quedarse en la calle, la menor será declarada en desamparo y la Comunidad asumirá la tutela y la llevará a un psiquiátrico. Con lo que es A., que sólo quiere estar con sus padres. Con lo que es ella, que ha intentado suicidarse dos veces.
El banco estudia aceptar la dación de su antigua casa en pago por los 4.500 euros que se deben en letras. Adeudan ya seis meses de alquiler en el nuevo piso. Viven pendientes de un timbrazo: el de la dueña, diciendo que hasta aquí ha llegado.
Porque luego vendría la calle.
Si les quitan la hija no les quitan la vida, dice. Si les quitan la hija, les quitan el motivo para vivir.
Hablar del síndrome de X frágil es hablar de una enfermedad genética que se confunde con el autismo y la hiperactividad, un mal sin cura que conlleva un retardo cognitivo.
Hablar de la hija es contar que a los cuatro años le llamaba «ma» a la mano y «eta» a la bicicleta. Que fue al colegio sin saber expresar sus necesidades fisiológicas. Que sufría humillaciones y burlas en clase, donde era «la cobarde y la loca». Que iba a la escuela con muñequitos que regalaba, cuenta la madre, «para ver si así hacía amigos». Que cuando era sacada a la pizarra y la corregían, tomaba notas en la mano, porque en el trayecto del encerado al pupitre se le había olvidado la explicación.
Hablar de la crisis es hablar de una familia de clase media donde el esposo tenía una empresa de reformas y la mujer dejó de trabajar al detectar el problema de la cría. Cayó la empresa, el marido montó un bar. Cayó el bar, buscó un trabajo de comercial. Cayó el trabajo de comercial donde no le pagaron, buscó otro. A sus 50 y tantos. Y otro más.
El marido buscó empleo. Con la perseverancia de un cazarrecompensas lo buscó. Siete colegios y cuatro cambios de residencia después -en pos del entorno perfecto que nunca llegó para la hija-, todo estaba lleno de facturas imposibles.
«Son enfermos tímidos, carne de cañón en la escuela. Se reían de ella. No había día en que no llegara destrozada a casa. Y no lo podía expresar. Desde que tiene memoria, sólo recuerda sufrimientos. Hasta que en septiembre reventó. Fue en su primer día de instituto. Había entrado en un cuadro psicótico. Se quedó como un robot, ajena. La psiquiatra dijo que se bloqueó por la presión que relacionaba con el entorno escolar».
La medicación la paga la beneficencia. Un amigo, las facturas de la luz. Otro, del teléfono. Otro les dejó 1.000 euros. Deben 2.400 de alquiler. Tienen correo... Por si alguien quiere:veredaazul@gmail.com. Comen del aire y hay hambre y sed. Y no alcanza el hilo para tanto remiendo: en 10 días les cortan el agua.
El juego adolescente es perseguir a A. Unas veces con el coche. O con una navaja. Por eso la chica con síndrome X frágil ya no sale de casa y ahora es frágil XXL. «Si no tenemos un techo pronto, si no pagamos la medicación, si nos quedamos en la calle, la Administración nos la quitará. No deben quitárnosla, no deben... La psiquiatra dice que si no está con nosotros no durará ni dos días».
Esperanza se llama la madre. Que dejó su puestazo como asesora inmobiliaria cuando la cría tenía año y medio y vio que no estaba bien. Que relata que su vida ha sido ella: las muecas que hacían las dos frente al espejo en el logopeda, el ejercicio dificilísimo de soplar las velas, todas las confidencias que vinieron. Como esa frase que le dijo A. cuando trató de hacerse daño la última vez.
-Mamá, ¿y yo por qué no tengo amigos?
Hablar de la hija es contar que a los cuatro años le llamaba «ma» a la mano y «eta» a la bicicleta. Que fue al colegio sin saber expresar sus necesidades fisiológicas. Que sufría humillaciones y burlas en clase, donde era «la cobarde y la loca». Que iba a la escuela con muñequitos que regalaba, cuenta la madre, «para ver si así hacía amigos». Que cuando era sacada a la pizarra y la corregían, tomaba notas en la mano, porque en el trayecto del encerado al pupitre se le había olvidado la explicación.
Hablar de la crisis es hablar de una familia de clase media donde el esposo tenía una empresa de reformas y la mujer dejó de trabajar al detectar el problema de la cría. Cayó la empresa, el marido montó un bar. Cayó el bar, buscó un trabajo de comercial. Cayó el trabajo de comercial donde no le pagaron, buscó otro. A sus 50 y tantos. Y otro más.
El marido buscó empleo. Con la perseverancia de un cazarrecompensas lo buscó. Siete colegios y cuatro cambios de residencia después -en pos del entorno perfecto que nunca llegó para la hija-, todo estaba lleno de facturas imposibles.
«Son enfermos tímidos, carne de cañón en la escuela. Se reían de ella. No había día en que no llegara destrozada a casa. Y no lo podía expresar. Desde que tiene memoria, sólo recuerda sufrimientos. Hasta que en septiembre reventó. Fue en su primer día de instituto. Había entrado en un cuadro psicótico. Se quedó como un robot, ajena. La psiquiatra dijo que se bloqueó por la presión que relacionaba con el entorno escolar».
La medicación la paga la beneficencia. Un amigo, las facturas de la luz. Otro, del teléfono. Otro les dejó 1.000 euros. Deben 2.400 de alquiler. Tienen correo... Por si alguien quiere:veredaazul@gmail.com. Comen del aire y hay hambre y sed. Y no alcanza el hilo para tanto remiendo: en 10 días les cortan el agua.
El juego adolescente es perseguir a A. Unas veces con el coche. O con una navaja. Por eso la chica con síndrome X frágil ya no sale de casa y ahora es frágil XXL. «Si no tenemos un techo pronto, si no pagamos la medicación, si nos quedamos en la calle, la Administración nos la quitará. No deben quitárnosla, no deben... La psiquiatra dice que si no está con nosotros no durará ni dos días».
Esperanza se llama la madre. Que dejó su puestazo como asesora inmobiliaria cuando la cría tenía año y medio y vio que no estaba bien. Que relata que su vida ha sido ella: las muecas que hacían las dos frente al espejo en el logopeda, el ejercicio dificilísimo de soplar las velas, todas las confidencias que vinieron. Como esa frase que le dijo A. cuando trató de hacerse daño la última vez.
-Mamá, ¿y yo por qué no tengo amigos?
2 comentarios:
"Y yo, porqué no tengo amigos", fue lo más tremendo de este relato.
Y uno se queja de tan poco, teniendo tanto
maría
"Y yo, porqué no tengo amigos", fue lo más tremendo de este relato.
Y uno se queja de tan poco, teniendo tanto
maría
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